Cuando el burócrata rubio llegó a San Francisco de Asís, los pobladores se reunieron al atardecer en la plaza para escuchar lo que tenía que decir. El alcalde preparó un pequeño estrado para el honorable visitante y repartió banderitas patrias para la gente. Sin embargo, a pesar de su entusiasmo, llegó tarde porque se quedó en la bodega tomándose unas copitas con unos compadres que se encontró. Después de algunas menciones y honores inventados para el visitante, este habló lo que tenía que hablar. “¿Qué desean para su pueblo?”, preguntó. Solo se escucharon algunas cigarras, los pobladores se miraron unos a otros sin saber qué responder. Entonces, como nadie decía nada, subió doña Petronila con su hijita en brazos y le dijo al burócrata rubio: “Señor, mi hijita tiene diarrea”. Así, la gente cobró valor y por todos lados lanzaron pedidos. Don Saturnino pidió un cerdo para el matrimonio de su hija, don Prudencio pidió un arado nuevo y don Antonio Zaldívar confesó al pueblo que tenía almorranas. Al final, la sesión se tuvo que suspender porque ya no se veía nada, el alcalde se había olvidado de encender los faroles de aceite.
En la mañana, el burócrata rubio se paseó por el pueblo y las inmediaciones para observar qué era lo que más hacía falta. En el pueblo solo se encontró algunas gallinas correteando por la tierra y al alcalde tomándose unas copitas en la bodega con unos compadres: el bodeguero y el carpintero. Se fue al campo y ahí estaban los hombres y los hijos mayores, la mayoría le hizo poco caso, estaban concentrados en el trabajo. Entonces caminó hacia el río, allí estaban bañándose los niños pequeños. Subió un poco y encontró a las mujeres lavando la ropa y contándose chismes, les fue a preguntar qué les gustaría para el pueblo y la mayoría no pudo contestarle porque tenían que apurarse para hacer el almuerzo. Subió un poco más, pero tuvo que voltearse y regresar, porque alguna gente estaba haciendo sus necesidades fisiológicas.
Al atardecer, todos se reunieron de nuevo en la plaza y el alcalde propuso que lo que el pueblo necesitaba más, era un anda nuevo para la Virgen. Todos asintieron con la cabeza y aplaudieron la moción. Entonces, el burócrata rubio negó con la cabeza y las manos y dijo: “Señores, lo que ustedes más necesitan es una represa y un moderno sistema de agua y electricidad”. Los pobladores se miraron, levantaron los hombros y se fueron, el alcalde se había olvidado de encender los faroles.
El burócrata rubio se fue y en un mes llegaron los ingenieros. Hicieron sus mediciones y llegaron a la conclusión de que habría que construir una carretera para que llegue la maquinaria. Para ello, tendrían que demoler la iglesia. El padre Cristóbal se encadenó a la puerta, pero cuando llegó la enorme demoledora, se dio una penitencia, rezó un padrenuestro y fue a tomarse unas copitas a la bodega con el alcalde y sus compadres. Los ingenieros continuaron sus estudios y llegaron a la conclusión de que tendrían que derribar algo de bosque para que la represa tenga más capacidad. Ahora, además de no tener dónde rezar, las mujeres tenían que caminar unos kilómetros más para conseguir leña. Así es que algunos pobladores se reunieron y fueron a la bodega para pedirle al alcalde que llame al burócrata rubio. El fin de semana, el alcalde montó su burro y fue a la ciudad a buscar un teléfono. Mientras tanto, los ingenieros llegaron a la conclusión de que algunas parcelas de cultivo también podrían tomarse para que la represa tenga más capacidad. Los hombres y los hijos mayores tuvieron que hacer una cosecha prematura, ahora la gente tenía que comer menos, todo estaba a la mitad de tamaño.
El alcalde llegó e informó que el burócrata rubio llegaría en un par de meses, antes tenía que resolver unos asuntos importantes. Como ya no tenían donde cultivar, la gente tuvo que sembrar en las calles, muy pronto el pueblo se tiñó de verde. Cuando la represa estaba a punto de terminarse, el río desapareció, ya se estaba almacenando el agua. Ahora las mujeres tuvieron que aprender a lavar y cocinar en seco, los niños ya no tenían donde bañarse, así que empezaron a oler mal; además, los hombres, después de trabajar el cultivo de las calles, tenían que ir al monte a cavar pozos para hacer las necesidades fisiológicas.
Cuando la represa estuvo finalizada, los ingenieros llegaron a la conclusión de que era momento de implementar el moderno sistema de agua y electricidad. Para ello, tendrían que demoler el pueblo. Esta noticia causo conmoción entre los pobladores, así que todos fueron a la bodega para informarle al alcalde que ya no querían la represa ni el moderno sistema de agua y electricidad. Este se levantó y decidió ir a comunicarles la decisión a los ingenieros. Sin embargo, cuando salieron de la bodega, todos se dieron con la sorpresa de que la maquinaria ya había tumbado la mitad del pueblo. No les quedó más remedio que correr hacia el monte, allí tuvieron que pasar la noche.
Cuando despertaron, los ingenieros caminaban hacia ellos; habían llegado a la conclusión de que el sistema de agua y electricidad era muy moderno para el pueblo; así que era más sensato instalarlo para la ciudad. Los pobladores quedaron tan atónitos que permanecieron en la misma posición hasta que el sol del mediodía los despertó completamente. Todos se reunieron en torno al alcalde a preguntarle qué deberían hacer. Después de pensarlo algún tiempo, decidió que lo mejor era reconstruir su pueblo en otra parte, donde hubiera otro río, otro bosque y otro campo de cultivo. Todos asintieron con la cabeza y partieron a la mañana siguiente.
El burócrata rubio llegó luego de algunos meses. Inauguró la obra y se dio la mano con el presidente. Este lo felicitó y le preguntó cómo se le ocurrió la idea de la represa. No lo recordaba.