viernes, 7 de agosto de 2009

I

Bueno, he estado un poco ido estas últimas semanas, así que no he podido (o no he sabido que) escribir en este rincón. Entonces fue que se me ocurrió darle una chekeada a lo que había estado escribiendo antes de abandonar el monasterio y me acorde que estuve intentando demostrar por qué no creo que exista la libertad. Y verán que soy un sujeto contradictorio (los que me conocen pueden dar fe de ello). No creo en la libertad pero la defiendo, no creo en Dios pero soy católico (aclararé esto en otra entrada), no me importa el hombre (y por momentos nos repudio) pero creo en los derechos humanos; tendré tiempo para aclarar todo esto, pero no les sorprenda que en un lugar diga una cosa y más arriba esté defendiendo la libertad en algún país.

Continuando en donde me quedé, hablaba del aprisionamiento del hombre dentro de sus barreras morales de crianza y en todos aquellas experiencias que han afectado su vida y lo llevan a responder de determinadas maneras ante los sucesos aleatorios que le suceden en la vida. Pero no solo eso, cerrando un poco el círculo y adentrándonos en nosotros mismos quizás queramos ver asomos de libertad en actos mínimos como darnos un gustito, un chocolatito o un buen cacaroto (xD) y entonces vemos a la naturaleza que se asegura el cumplimiento de las funciones vitales mediante el gran mecanismo de autoconservacion llamado placer. Y entonces podemos pensar que con fuerza de voluntad y con nuestra razón se puede inhibir muchas necesidades, la gente que puede dejar de comer por alguna causa suprema, o aquellos (¿pobres o dichosos? que creen que lo hacen por otro fin supremo) que se mueren célibes. Y entonces nos podríamos preguntar ¿soy yo el que decide realmente inhibir tal impulso?

Porque si nos ponemos a pensar ¿aquella voluntad realmente proviene de yo? Es decir, vamos, todo sucede en mi cabeza, pero hablando en términos más abstractos me atrevo a decir (gracias a las lecciones de mi papi Nietzsche) que lo que llamamos yo no es más que un punto de conciencia, el punto desde donde vemos (por decirlo de alguna manera) todo. Un punto a donde llegan pensamientos, sensaciones, impulsos, creencias, valoraciones y etc a través del tiempo. Y entonces, gracias a nuestra naturaleza insegura, generalizadora, absolutizadora, con una manía de ponerle una etiqueta a todo para "conocerlo mejor"; juntamos todo lo que pasó por ese punto en el tiempo (y que solo queda en la memoria) y lo llamamos yo, el ser, el alma. Sí, literalmente, con asombro y cierto temor, descubrí que solo soy un recuerdo.